Este es el vigésimo aniversario de McKinsey on Finance y la edición número 80. Publicamos la primera edición en el verano de 2001, cuando las empresas todavía se estaban recuperando del desplome de las punto.com, y solo unas pocas semanas antes de los eventos del 11 de septiembre que sacudieron el mundo.1
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En las décadas posteriores, hemos visto guerras, crisis financieras, una pandemia mundial, una disminución sustancial de la confianza en algunas instituciones importantes y una mayor urgencia por el cambio climático existencial. Hemos sido testigos de avances tecnológicos a una escala casi incomprensible, de millones de personas que han salido de la pobreza, del espectacular ascenso de Asia y de sorprendentes avances médicos.
¿Qué nos espera en los próximos 20 años? Ignoramos a nuestro propio riesgo la probabilidad de que se produzcan cambios inmensos. No tenemos una bola de cristal, pero sí tenemos una brújula: la creación de valor a largo plazo.2 Hemos estudiado, enfrentado desafíos, agudizado nuestro pensamiento y, en última instancia, hemos reforzado nuestra apreciación de los principios económicos y financieros fundamentales, sobre todo en lo que se refiere a su aplicación en tiempos muy inciertos.
Winston Churchill observó que “cuanto más tiempo puedas mirar hacia atrás, más lejos podrás mirar hacia adelante”. Podríamos agregar: “y cuanto más ampliamente puedas ver”. Sin duda, hay muchos más retos que vale la pena considerar. En este artículo, abordamos tres de los desafíos más apremiantes para las grandes empresas: la innovación masiva, las buenas ideas llevadas demasiado lejos y la ventaja competitiva en la transición a cero neto.
1. Invertir en innovación: Una lección de destrucción creativa
Los últimos 20 años han visto una tremenda innovación en la economía real. Los avances han sido profundos en todos los sectores e, incluso, han creado otros nuevos. Cuando lanzamos McKinsey on Finance, Alphabet, Amazon, Netflix y Tencent estaban en sus inicios. Apple aún no había presentado el iPod y, mucho menos, el iPhone. Airbnb y Meta no existían. Tesla era conocido, en todo caso, como un ingeniero serbio.
De hecho, más allá del sector tecnológico, las innovaciones han agregado años a la vida —y vida a los años—, y han desencadenado un enorme valor. Las empresas dedicadas a las ciencias de la vida continúan concibiendo e introduciendo medicamentos y terapias que salvan vidas, a veces a una velocidad casi inconcebible (de manera destacada, en el desarrollo de vacunas y terapias contra la COVID-19). En cuanto a los bienes de consumo envasados, solo por tomar a los alimentos y las bebidas como un ejemplo, hemos visto alimentos más saludables y más opciones para el consumidor, incluidas aguas nuevas y populares, tés helados y bebidas alcohólicas. El comercio minorista se ha visto afectado por el comercio electrónico. Los automóviles no solo se están volviendo eléctricos, sino que algún día serán lo suficientemente inteligentes como para conducirse solos.
Desde la perspectiva de toda la economía, no importa de dónde venga la innovación; todos nos beneficiamos. Pero desde la perspectiva de las grandes empresas y sus inversionistas, es decepcionante que tanta innovación haya venido de fuera de los muros de la empresa. Algunas grandes compañías siguen adelante con la creación de nuevos negocios. Sin embargo, nuestros colegas han descubierto que mientras el 84 por ciento de los directores generales (CEOs) creen que la innovación es fundamental para el crecimiento, solo el 6 por ciento están satisfechos con el desempeño de innovación de su empresa.
La aversión a las pérdidas, la burocracia y la inercia organizacional a menudo pueden hacer que las grandes corporaciones frenen la innovación. Si bien las empresas más grandes crean incentivos para el progreso al comprar innovaciones de empresas más pequeñas, esto puede ser un uso ineficiente del capital: los accionistas de las grandes corporaciones a veces pueden pagar más por la innovación de lo que pagarían si la hubieran financiado en su origen. A veces, los accionistas se quedan “cargando con el muerto” cuando las empresas más innovadoras dejan atrás a las tradicionales.
Lo que ha sucedido en las últimas dos décadas es un ejemplo claro de la destrucción creativa de Joseph Schumpeter: si una empresa no se disrumpe a sí misma, un negocio más innovador lo hará en su lugar. Creemos que las grandes empresas pueden ser innovadoras, pero solo si están dispuestas a fomentar la asunción de riesgos y dejar de preocuparse tanto por las ganancias trimestrales. El futuro no se decidirá en un trimestre. Los inversionistas más inteligentes lo saben, y nuestra investigación muestra que son estos inversionistas los que impulsan los precios de las acciones a largo plazo.3 Aunque prestan atención a las ganancias trimestrales en busca de pistas sobre las perspectivas futuras de una empresa, no quieren que las empresas alcancen las ganancias trimestrales a expensas de la salud y el crecimiento a largo plazo.
No hay evidencia de que las compañías que consistentemente cumplen o superan las estimaciones del consenso se valoren más que las empresas que fluctúan alrededor del consenso. Por el contrario: las empresas que apuestan por el corto plazo tienen más probabilidades de perder terreno a largo plazo o de fracasar por completo.4 De hecho, el crecimiento sostenido sin una inversión suficiente en innovación es increíblemente difícil de conseguir. Un estudio reciente de nuestros colegas encontró que solo una de cada diez empresas logró un mayor crecimiento de ingresos y rentabilidad que sus pares en un ciclo determinado de una década de recesión económica y prosperidad.
2. Evitar fallas en todo el sistema: Cuando las buenas ideas se vuelven malas
La innovación ha sido, en general, un enorme beneficio para la sociedad, aunque algunas industrias se han visto afectadas negativamente. Por otro lado, las tragedias externas –como hemos visto, por ejemplo, en la pandemia de la COVID-19 y la guerra en Ucrania– tienen el poder de desestabilizar las economías. Pero muchos fracasos sectoriales y económicos han sido autoinfligidos.
Los malos resultados económicos se han producido directamente cuando las ideas empresariales buenas o bien intencionadas se llevaron demasiado lejos. En los últimos 20 años, tres ideas en particular que eran buenas en principio —hasta que chocaron con los fundamentos de las finanzas y la economía— fueron responsables de importantes pérdidas en el mercado y de recesiones económicas.
La primera idea era moverse rápidamente en una “nueva economía”: si las empresas pueden captar una ola tecnológica temprana, los resultados positivos llegarán. Sin duda, ser uno de los pioneros puede ser una muy buena idea y puede conferir beneficios tales como los efectos de red. Pero el simple hecho de ocupar espacio en una nueva frontera no significa necesariamente que una empresa pueda mantener (o incluso lograr) rendimientos atractivos sobre su costo de capital. Ciertamente, no significa que los principios tradicionales de creación de valor ya no se aplicarán o que la economía finalmente saldrá adelante.
A fines del siglo XIX, por ejemplo, Estados Unidos experimentó un auge ferroviario; se colocaron decenas de miles de kilómetros de vía, a menudo con redundancias obvias y significativas. Los inversionistas y emprendedores priorizaron el crecimiento de esta nueva tecnología: ¿por qué desaprovecharla? Fue un período de financiar y financiar, construir y construir, hasta que todo se vino abajo en 1894, dando paso a una gran depresión económica. Por supuesto, la quiebra no supuso el fin de los ferrocarriles. Al contrario: los pensadores visionarios pasaron a operar los ferrocarriles más inteligentes y racionalizados que desencadenaron un crecimiento masivo en toda la economía a principios del siglo XX. Estos pensadores entendieron el negocio ferroviario, reconocieron las palancas de la creación de valor y pudieron ver y capturar las posibilidades más claramente.
La historia se repite, o al menos rima, como demuestran el Internet y la burbuja de las punto.com. Recordamos el mantra de que la World Wide Web “cambiaría todo”. A medida que el mercado de finales de la década de 1990 y principios de 2000 se volvía cada vez más burbujeante, personas muy inteligentes afirmaban con confianza que las reglas de la economía y las finanzas habían cambiado. El popular libro Information Rules de 1999, de Carl Shapiro y Hal Varian, describe cómo algunas empresas pueden obtener rendimientos crecientes a escala. A medida que estas empresas se vuelven más grandes, explica el libro, obtienen mayores márgenes y rendimientos del capital. Los autores también describieron específicamente lo raro que es que las empresas logren eficiencias de esta manera.
Pero los defensores de la nueva economía —incluso algunos que no leyeron el libro— promocionaron un mundo en el que el ganador se lo lleva todo, donde lo único que importaba era ocupar un lugar en el éter. Esta visión simplista imaginaba que las leyes de la economía quedaban suspendidas. El espíritu de la época (zeitgeist), alimentado por valoraciones altísimas, llevó a algunas empresas a crear y expandir negocios punto.com a toda costa. Muchos inversionistas y directivos perdieron de vista los fundamentos.5 Fue una burbuja condenada a estallar.
Después de que eso ocurrió, el Internet, como los ferrocarriles más de un siglo antes, se convirtió en una fuente de creación de valor enorme y mucho más duradera, y en un facilitador de un crecimiento económico más amplio. Los emprendedores exitosos hicieron el trabajo duro y detallado de analizar las circunstancias específicas en las que era posible una enorme creación de valor. Estos emprendedores crearon empresas que sostenían el valor y que generaron rendimientos muy por encima de su costo de capital.
Una segunda idea que puede llevarse demasiado lejos es que el tamaño por sí solo proporciona una ventaja competitiva. Por supuesto, el tamaño es importante, pero solo si se ajusta al modelo de negocio de una empresa. Lamentablemente, la idea de que el tamaño es un fin en sí mismo se ha dado en todas las industrias, geografías y épocas. Un ejemplo es la generación de energía eléctrica en Estados Unidos. A finales de la década de 1990, cuando varios estados desregularon la generación de energía, muchas empresas de servicios eléctricos de Estados Unidos escindieron sus unidades de generación de energía para poder recaudar más capital y crecer más rápido. Fueron impulsadas por algunos que argumentaron que los generadores de energía más grandes crearían el mayor valor. Algunas empresas siguieron estrategias más reflexivas que otras. Pero varias, en su carrera por el tamaño, acabaron con una colección diversa de centrales eléctricas en todo Estados Unidos, y a veces en todo el mundo, con pocos beneficios estratégicos (y una gran cantidad de deuda). La fiebre por el tamaño también contribuyó al exceso de capacidad en la industria en su conjunto. El exceso de capacidad y los cambios en los precios de las materias primas hicieron que los productores de energía obtuvieran menos beneficios. Algunos grandes productores, especialmente aquellos sin estrategias coherentes y ventajas competitivas, así como con altos niveles de deuda, terminaron en bancarrota.
Una tercera idea que fue buena hasta que se llevó demasiado lejos, con repercusiones significativas para millones de personas, fue la bursatilización de la deuda hipotecaria. Empaquetar préstamos hipotecarios individuales, convertirlos en valores y luego vender los valores a los inversionistas fue ciertamente innovador. Pero la práctica se llevó a tal extremo que condujo a la crisis financiera de 2008. Muchos se han enfocado en lo que se podría haber hecho para mitigar la crisis una vez que comenzó. Sin embargo, la historia ha demostrado que la mayoría de las crisis financieras son causadas por desequilibrios en la asignación de recursos económicos. Una vez que los desequilibrios se vuelven demasiado grandes, puede ser excepcionalmente difícil evitar un colapso.
Para 2005-06, una crisis financiera era virtualmente inevitable. Los bancos, gracias a su capacidad para empaquetar y vender valores respaldados por hipotecas, estaban prestando demasiado dinero a demasiadas personas, que estaban comprando demasiadas casas. Las hipotecas, incluido un número creciente de hipotecas de alto riesgo, solo podrían pagarse si los precios de las propiedades continuaban aumentando a tasas anormales durante un tiempo insostenible. Además, cuando se emitieron por primera vez los bonos respaldados por hipotecas, los compradores eran inversionistas sofisticados que dedicaron un esfuerzo considerable a analizar las carteras subyacentes. Sin embargo, a medida que los bonos se hicieron más populares, los compraron inversionistas menos sofisticados que no hicieron su propia investigación; muchos confiaron en las agencias calificadoras de bonos. Estas agencias competían entre sí y les pagaban los emisores de los bonos respaldados por hipotecas. Por lo tanto, estaban bajo una enorme presión para otorgar a los bonos altas calificaciones crediticias. Otros inversionistas también confiaron en el hecho de que las hipotecas se agrupaban, lo que normalmente es una forma de mitigar el riesgo. Pero las malas hipotecas siguen siendo malas hipotecas. Agruparlas, venderlas a inversionistas menos diligentes y confiar en que los precios de las viviendas subieran para siempre causó el torbellino.
Por supuesto, la innovación no puede provenir de “las mismas viejas ideas”. Es probable que surjan preguntas sobre qué tan lejos es demasiado lejos, al menos en un principio. Las nuevas teorías ya están arrojando luz sobre el potencial disruptivo de blockchain (incluido su uso en las criptomonedas) y las formas en que las empresas podrían transformarse en el metaverso. Otra idea que está en disputa es la sostenibilidad de las bajas tasas de interés y los consiguientes riesgos de inflación. Después de la crisis financiera de 2008, y de nuevo después de que se hizo evidente la magnitud de la pandemia de la COVID-19, los bancos centrales presionaron a la baja las tasas de interés a través de varios mecanismos, entre ellos la compra de grandes cantidades de bonos del gobierno. Esto ha permitido a los gobiernos pedir prestado grandes sumas de dinero a tasas muy bajas, lo que no sorprende que haya causado un aumento del gasto y mayores déficits gubernamentales.
La cuestión actual es si las tasas de interés más bajas, incluso con el aumento reciente, serán la nueva normalidad, lo que permitirá a los gobiernos incurrir en mayores déficits. Un lado argumenta que el mundo ha cambiado: los bancos centrales pueden mantener las tasas de interés relativamente bajas, por lo que los gobiernos pueden seguir pidiendo prestado para financiar iniciativas como el gasto social y la acción climática. El otro lado argumenta que una vez que la deuda del gobierno aumenta demasiado, es casi imposible contener la inflación, especialmente cuando los bancos centrales facilitan el endeudamiento imprimiendo dinero. Ambos fundamentan sus hipótesis en la economía; el futuro tendrá la última palabra.
3. Competir bajo el cambio climático: El capital no es suficiente
Un tercer gran avance de los últimos 20 años es la creciente concienciación sobre el cambio climático y los cambios drásticos que ha provocado en la regulación, la asignación de capital y el comportamiento del consumidor. El cambio climático amenaza al mundo. Crea enormes desafíos, y abordarlos abre enormes oportunidades. En todas las industrias y sectores, el cambio climático es una llamada de atención para la innovación y la reasignación de recursos. Nuestros colegas del McKinsey Global Institute estiman que, para alcanzar cero emisiones netas para 2050, se requeriría un gasto promedio anual de $9.2 billones de dólares en activos físicos, $3.5 billones más que en la actualidad.
Sin embargo, los emprendedores y las empresas que busquen crear valor a partir de negocios menos intensivos en carbono necesitarán una ventaja competitiva; el simple hecho de tener capital para invertir o reasignar no será suficiente para competir y ganar en un mundo de cero emisiones netas. Hoy en día, el capital privado, el capital de riesgo, los fondos de pensiones y los fondos soberanos están invirtiendo miles de millones de dólares en energías renovables, combustibles alternativos, captura de carbono y nuevas soluciones tecnológicas. No es una conclusión inevitable que una empresa de una industria tradicional tendrá la experiencia, los incentivos, las capacidades de los empleados y la agilidad organizacional para estar a la vanguardia en estos campos. Las empresas que planean competir en la transición a cero neto deben descubrir cómo pueden ser los visionarios que mejor entiendan los nuevos negocios, en lugar de ser los seguidores que no tienen una estrategia bien pensada, o los que ignoran por completo el imperativo de cambiar.
A medida que la economía cambia de los combustibles fósiles a las energías renovables y otras fuentes de energía, las empresas de sectores como el del petróleo y el gas, los productos químicos y la minería deben pensar detenidamente en cómo gestionar el declive de sus negocios tradicionales. Alejarse de sus negocios principales requiere una consideración cuidadosa del impacto para las partes interesadas y un enfoque reflexivo para navegar a través de las desafiantes fuerzas competitivas. Si, después de una consideración franca, las empresas determinan que no pueden reinvertir sus flujos de efectivo excedentes en tecnologías en las que pueden tener una ventaja competitiva, pueden devolver ese efectivo no utilizado a sus inversionistas. De esa manera, el dinero puede fluir hacia aquellos que sí tienen una ventaja competitiva en nuevas soluciones bajas en carbono que crean valor.
La complejidad y las posibilidades de la transición a cero neto son enormes. Sin embargo, no son tan enormes como para torcer las leyes de las finanzas y la economía. Olvidar los principios fundamentales de la ventaja competitiva y la necesidad de obtener rendimientos por encima del costo del capital es un mal augurio para la sostenibilidad de las empresas, los medios de subsistencia de sus empleados, los inversionistas (en nombre de millones de personas), cuyos fondos están en riesgo, y una multitud de grupos de interés en todo el mundo.
Sería simplista decir que tenemos enormes desafíos por delante, incluso cuando esos desafíos incluyen el desarrollo de la innovación desde dentro, la comprensión de nuevas ideas y la navegación de las empresas a través del cambio climático existencial. Es más correcto reconocer que esos desafíos ya están aquí. Por fortuna, también lo están los principios de las finanzas y la economía probados a lo largo del tiempo, incluida la necesidad de perseguir el cambio sin descanso, el imperativo de buscar una ventaja competitiva y el requisito fundamental de comprender nuestro negocio para crear valor, tanto social como económico, a partir de las oportunidades de crecimiento sostenible e inclusivo.