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Este artículo es fruto de la colaboración de Sven Smit, Martin Hirt, Ezra Greenberg, Susan Lund, Kevin Buehler y Arvind Govindarajan, en representación de las opiniones del McKinsey Global Institute y de las consultorías de Estrategia y Finanzas Corporativas y Riesgo y Resiliencia de McKinsey.
Aunque algunos países de la OCDE consiguieron frenar la propagación exponencial del virus, no fueron capaces de aplastarlo. Dependiendo de la eficacia de su respuesta, los países y las regiones terminaron con resultados económicos claramente diferentes. A principios de 2020, hubo un debate sobre la compensación entre el virus y la economía. En aquel momento, sugerimos que la pregunta estaba fuera de lugar: no había ninguna compensación. Los hechos son ahora claros: ningún país mantuvo su economía en buen estado sin tomar el control también de la propagación del virus.

Para ser claros, la batalla está lejos de haber terminado. En muchas partes del mundo, la pandemia es hoy tan grave como nunca. Pero los avances son tangibles. Las vacunas contra el COVID-19 se desarrollaron en un tiempo récord, y funcionan. Además, los programas de inoculación masiva se están acelerando en muchos países. Igual de importante: el sentimiento sobre la adopción de la vacuna está mejorando. Ha habido contratiempos, y los riesgos abundan; la formación de nuevas mutaciones del virus es especialmente preocupante. La endemicidad es casi segura en varias partes del mundo.
En el frente económico, el apoyo de los gobiernos mediante políticas fiscales y monetarias también ha funcionado de forma inequívoca. El empleo se está recuperando en todos los países, aunque a ritmos diferentes.
Como resultado, la incertidumbre está retrocediendo y perdiendo el control paralizante que tenía al principio de la pandemia.

Las perspectivas de progreso económico son más halagüeñas para los países que lideran la salida del COVID-19, con resultados positivos en el primer trimestre. El virus sigue dictando la economía: Japón, que ha experimentado un reciente resurgimiento y una serie de confinamientos, informó de un crecimiento negativo en el primer trimestre. Pero su control está disminuyendo. Incluso algunos países que aún no se han reabierto del todo, y que actualmente se enfrentan a desafíos, es probable que vean un fuerte crecimiento del PIB en 2021.

La historia sugiere que hay esencialmente dos tipos de expansiones económicas después de una recesión: aquellas en las que el PIB crece entre un 10 y un 20 por ciento acumulado en los años posteriores a la crisis, y aquellas en las que el crecimiento acumulado es del 30 al 50 por ciento. Las llamamos recuperaciones del 40 por ciento.1 No se producen por accidente. Son el resultado de las decisiones tomadas por líderes gubernamentales y empresas, y por individuos, familias y hogares.

Imaginemos una recuperación que proporcione un crecimiento sostenido del PIB mundial de entre el 3% y el 4% durante al menos una década. Dicha recuperación comienza con una salida bien gestionada de la pandemia que domina el difícil paso de la demanda dirigida por el estímulo gubernamental al gasto, los ingresos y la creación de empleo dirigidos por el sector privado. Esta recuperación de "prosperidad para todos" se vería impulsada por el aumento de las tasas de vacunación, la aceleración de la digitalización, las transiciones hacia la sustentabilidad, una importante reconversión profesional y una asistencia inteligente a las poblaciones vulnerables, entre otros factores.
Por otra parte, un aumento del gasto a corto plazo podría fácilmente resultar temporal, devolviendo a la economía mundial a sus limitaciones anteriores al COVID-19, de un crecimiento anual de entre el 2 y el 3 por ciento. En este tipo de recuperación, el crecimiento en la mayoría de los países se ve frenado por el COVID-19 endémico; los aumentos de productividad que llevan a despidos en lugar de nuevos puestos de trabajo; la detención de la transición hacia la sustentabilidad, y otros factores.

Para lograr una nueva era de prosperidad para todos, la economía mundial tendrá que hacer frente a dos preocupaciones planteadas en el marco del debate sobre "apostarle al crecimiento". Una de las preocupaciones es la posibilidad de que aumente la inflación; la otra es que la nueva deuda acumulada se vuelva insostenible y limite el crecimiento. Ambas son una posibilidad, pero las dos también se pueden disipar.
Estamos viendo aumentos de precios y salarios más altos en muchas geografías y mercados, y es probable que veamos más a medida que la oferta se esfuerza por alcanzar la creciente demanda. Pero, como los principales bancos centrales han seguido enfatizando, no se espera que estos cambios a corto plazo se conviertan en una amenaza inflacionaria continua.
Los problemas derivados del exceso de deuda no son inevitables. En los Estados Unidos, por ejemplo, la deuda pendiente en 2020 alcanzó el 133 por ciento del PIB, superando el récord anterior del 123 por ciento de 1946, justo después de la Segunda Guerra Mundial. Pero en los años de posguerra, y en muchos otros ejemplos a lo largo del tiempo, la carga de la deuda se redujo impulsando el crecimiento nominal, no recortando la deuda.

Del mismo modo, en una nueva era de prosperidad para todos, la carga de la deuda podría volver a caer, ya que el crecimiento del PIB nominal supera el crecimiento de la deuda y la tasa de interés nominal.

Los beneficios del escenario de alto crecimiento serían generalizados. El PIB mundial aumentaría hasta unos $122 billones de dólares en 2030, un 45 por ciento por encima de los $84 billones de dólares registrados en 2019, una fuerte aceleración incluso si se compara con nuestra trayectoria anterior al COVID-19. Un mayor ingreso mundial no resuelve por sí solo los problemas de igualdad y sustentabilidad, pero abre un amplio abanico de posibilidades que los gobiernos pueden considerar. Con ello se alberga la esperanza de aliviar algunas de las tensiones sociales y la polarización que se han vuelto comunes dentro de los países y entre ellos. Del mismo modo, un crecimiento económico más rápido no tiene por qué frenar el impulso hacia la sustentabilidad; incluso podría acelerarlo a medida que movilizamos la inversión necesaria para realizar la transición hacia la energía limpia.
Si los líderes mundiales establecen las expectativas de que estos resultados son posibles y actúan en consecuencia, el mundo podría estar en la cúspide de una nueva era de prosperidad: una recuperación económica que añadiría entre un 30 y un 50 por ciento al PIB durante la próxima década, con una mejor calidad de vida para más personas y un futuro más sustentable para el planeta. Si no es así, la recuperación podría acabar añadiendo sólo entre el 10 y el 20 por ciento al PIB, con una distribución menos equitativa, menos sustentable y con peores resultados para la salud mundial y el medio ambiente.
El trauma de esta pandemia nos acompañará durante mucho tiempo. La gran pregunta para la humanidad es si podemos convertir esta crisis en un momento de cambio, en el que aprovechemos las innovaciones, los nuevos conocimientos y la determinación fortalecida por la crisis para mejorar el mundo. El momento de tomar estas decisiones es ahora. De todos nosotros depende que entremos en la década de 2020 con un nuevo paradigma para salvaguardar vidas y medios de sustento: una nueva era de salud y prosperidad para todos.
