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Los últimos dos años y medio han sido extraordinarios. Lo que estamos viendo es seguramente algo más que solo la progresión de otro ciclo económico. La desconcertante combinación de una pandemia mundial agravada por la escasez de energía, la rápida inflación y las tensiones geopolíticas en ebullición hace que la gente se pregunte qué certezas quedan. Los acontecimientos de hoy podrían incluso sentirse como una serie de terremotos que están remodelando nuestro mundo.
Ya hemos pasado por situaciones como ésta. “Terremotos” similares se produjeron en el pasado: inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial (1944-1946), durante el período en torno a la crisis del petróleo (1971-1973) y en el momento de la disolución de la Unión Soviética (1989-1992). Como un terremoto real, cada uno de ellos cambió el panorama global con la liberación repentina de poderosas fuerzas subyacentes que se habían ido acumulando alrededor de una línea de falla a lo largo del tiempo, pero en estos casos, se desplegaron a lo largo de unos cuantos años en lugar de producir un big bang. Cada uno de ellos marcó el comienzo de una nueva era: el auge de la posguerra (1944-1971), la era de la contención (1971-1989) y la era de los mercados (1989-2019). ¿Estamos ahora en la cúspide de una nueva era presagiada por los terremotos de hoy?
Un nuevo documento del McKinsey Global Institute sugiere un marco de referencia para imaginar la nueva era, elaborado desde una perspectiva histórica de la tectónica estructural que ha sustentado el mundo actual y cómo podría desarrollarse en la próxima era. Averiguar cómo responder al presente y al camino por recorrer es complejo y requiere audacia. Le invitamos a unirse a nosotros en una conversación sobre el futuro.
Recordamos la mayoría de las secuelas de las crisis del petróleo de principios de la década de 1970, que tenían características que resuenan con las de hoy: una crisis energética, un shock negativo de la oferta, el regreso de la inflación, una nueva era monetaria, una creciente afirmación geopolítica multipolar, la competencia por los recursos y la desaceleración de la productividad en Occidente. Las réplicas llegaron en muchas oleadas y tardaron casi 20 años en resolverse. El retorno de la estabilidad requirió inversiones en independencia energética por parte de los países que no pertenecen a la OPEP y una dolorosa estabilización monetaria, incluidas tasas de interés de dos dígitos y recesiones asociadas a la Reserva Federal de Estados Unidos bajo el mandato de Paul Volcker. Además, había una fuerte voluntad política, personificada por Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Deng Xiaoping.
Pero hay diferencias entre la actualidad y el terremoto de principios de la década de 1970 que podría decirse que magnifican los motivos de preocupación. El mundo de hoy está mucho más entrelazado globalmente, apalancado financieramente y con limitaciones de carbono. Esta vez, ¿podemos hacerlo mejor y escribir una nueva narrativa de progreso más rápidamente?
Por supuesto, podríamos estar exagerando la trascendencia de los acontecimientos actuales. Sin embargo, esto es diferente de otros temblores como la crisis financiera asiática de 1997, la quiebra de las puntocom en 2000 y la crisis financiera mundial de 2008. La mayoría de estos acontecimientos se produjeron del lado de la demanda y se limitaron, en gran medida, a una región o un sector. Hoy, sin embargo, nos enfrentamos a una crisis del lado de la oferta, intrínsecamente física más que psicológica, en el contexto de un panorama geopolítico cambiante en el que la crisis debe resolverse.
Además, los terremotos de hoy han sido en gran parte sorpresivos y han sacudido al mundo después de una era de 30 años de relativa calma. En realidad, para todos nosotros, los autores —y sospechamos que para la mayoría de nuestros lectores—, nuestras vidas profesionales se han desarrollado en un panorama global claro y consistente, uno en el que tal vez hemos insertado muchas suposiciones y creencias implícitas sobre cómo funciona el mundo, que ahora están en tela de juicio.
Comenzamos la próxima era —si es que en realidad está a punto de desarrollarse— desde un punto fundamentalmente distinto del que empezamos la anterior. El mundo de principios de la década de 1990 tenía una brecha mucho más obvia entre los países desarrollado y en vías de desarrollo: había enormes poblaciones pobres en energía y recursos, más personas viviendo en áreas rurales fuera de la órbita de los mercados y el capital global, más gente sin educación y desconectada entre sí y de la información mundial. En la era anterior, el mundo convergió mucho más en una economía globalizada, con un rápido crecimiento de recuperación para miles de millones de personas en el que logramos mantener pacíficamente las ganancias. Sin duda, el mundo actual es mejor, pero con este crecimiento también hay muchas más perturbaciones en las circunscripciones establecidas, más punzadas de desequilibrio y nuevos actores más poderosos que afirman su lugar en la mesa mundial.
¿Cómo podría ser esa nueva era? La suerte aún no está echada. Si bien hay una dirección de viaje, también hay preguntas complejas sin resolver, que determinarán cómo se desarrollará la situación. Para tratar de construir un mapa de la nueva era, analizamos cinco dominios (ver gráfica).
En el orden mundial, existe una tendencia hacia la multipolaridad, que a su vez puede implicar un realineamiento en grupos regional e ideológicamente alineados. Esto plantea de inmediato la cuestión de cómo podría ser esa multipolaridad en la práctica: ¿la economía seguirá siendo de naturaleza global y encontraremos nuevos mecanismos viables para cooperar más allá de la economía? Además, los años de relativa moderación en la política internacional parecen estar dando paso a una mayor polarización política entre bloques. ¿Con qué eficacia se adaptarán las instituciones y los líderes globales y locales a este orden mundial diferente y cómo le darán forma?
En todas las plataformas tecnológicas, los impulsores clave de la digitalización y la conectividad de la era más reciente parecen estar acercándose a la saturación. Sin embargo, un conjunto de tecnologías transversales ya potentes, en particular la inteligencia artificial (IA) y la bioingeniería, pueden combinarse para crear otra gran oleada de progreso en la próxima era. Al mismo tiempo, combinada con las fuerzas descritas, la tecnología puede pasar al frente de la competencia geopolítica y cuestionar el significado mismo de ser humano. Una vez más, quedan grandes interrogantes. ¿Qué impacto tendrá la próxima ola de tecnologías en el trabajo y el orden social? ¿Cómo interactuarán la tecnología, las instituciones y la geopolítica?
En cuanto a las fuerzas demográficas, un mundo joven evolucionará hacia un mundo urbano envejecido, la era de las enfermedades transmisibles puede dar paso a una era de enfermedades no transmisibles, y la desigualdad dentro de los países puede desafiar cada vez más el tejido social. ¿Cómo se adaptarán los países, las instituciones y las personas a los cambios demográficos? ¿Envejeceremos con “gracia”? ¿Cómo responderán el capital y las instituciones a la desigualdad?
En la actualidad, nos hemos visto obligados a volver a centrarnos en los sistemas de recursos y energía, en los que la reciente falta de inversión, combinada con la disrupción geopolítica, ha creado una vulnerabilidad real. Existe un fuerte deseo de cambiar la inversión hacia la energía baja en carbono, pero la inversión total en todas las formas de energía parece estar luchando para mantener el ritmo de las necesidades energéticas. Las preocupaciones sobre la resiliencia, la viabilidad y la asequibilidad pueden poner en entredicho la velocidad de la transición. Los recursos críticos para la economía futura se están convirtiendo en puntos de tensión económica y geopolítica. Abundan los interrogantes. ¿Cómo navegará el mundo por un camino asequible, resiliente y viable hacia la estabilidad climática? ¿Qué dinámica se desarrollará entre los que tienen recursos críticos y los que no?
Finalmente, analicemos la capitalización, la tendencia a largo plazo hacia economías financiarizadas (financialized) y con mucho capital. Las tasas de crecimiento económico parecen estar normalizándose. El aumento del apalancamiento y del crédito puede evolucionar hacia la tensión de los balances. El siglo de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), con su curso y velocidad actuales, dará paso al siglo asiático. ¿Encontraremos el próximo motor de productividad para impulsar el crecimiento? ¿Se revertirá el ascenso y el aumento (rise and rise) del balance global?
Si realmente estamos en los primeros estertores de un cambio sísmico, como parece sugerir la evidencia, los líderes deben prepararse para la posibilidad de una nueva era y posicionarse para darle forma. El punto de vista actual puede invitar al pesimismo. Sin embargo, a través de todos los altibajos del mundo, el progreso ha seguido adelante y ha hecho milagros. Nuestros tiempos exigen acción, pero la historia también ofrece una gran esperanza.