No es la última pandemia: cómo invertir ahora para reimaginar los sistemas de salud pública

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Nota: Hacemos nuestro mejor esfuerzo por preservar el espíritu original y los matices de nuestros artículos. Sin embargo, nos disculpamos de antemano por cualquier falla de traducción que pueda notar. Agradecemos sus comentarios en reader_input@mckinsey.com

Este artículo fue publicado originalmente en julio del 2020 con el fin de proponer, desde una perspectiva económica, la idea de hacer inversiones en la vigilancia de las enfermedades infecciosas y la preparación para el tratamiento de las mismas. Hoy el mensaje general sigue siendo tan claro como hace un año: es probable que los retornos de hacer inversiones inteligentes en la preparación y respuesta sean mucho más grandes que los costos. Hemos refinado el artículo con tres actualizaciones que se basan en nuestro trabajo anterior:

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  • Hemos afinado algunas estimaciones de costos, con base en un análisis más extenso e información que ha aparecido durante el último año. Por ejemplo, por la trayectoria de la pandemia causada por la covid-19 ahora es más clara que nunca la importancia de la secuenciación genómica, de mantener funcionando la capacidad de producción de vacunas y de las plataformas de I+D.
  • Hemos incluido más detalle en nuestras estimaciones de costos de cada línea del presupuesto y una mirada profunda a la estimación de costos de la vigilancia (disponibles para descarga en McKinsey.com).
  • Hemos incluido nuevos análisis de costos, entre otros, el costo per cápita y la porción del gasto a los niveles global, regional y nacional.

La pandemia de la covid-19 ha dejado al descubierto debilidades que se habían pasado por alto en las capacidades mundiales de vigilancia y respuesta a las enfermedades contagiosas; debilidades que han persistido, a pesar del daño evidente que causaron durante brotes anteriores. Muchos países, incluidos algunos que se creía que tenían sólidas capacidades de respuesta, fallaron a la hora de detectar o responder de manera decidida a las señales tempranas de los brotes del SARS-CoV-2. Esto significó que empezaron a luchar contra la expansión del virus cuando la transmisión ya estaba avanzada. Una vez comenzaron a tomar medidas, algunos países tuvieron dificultades para aumentar las comunicaciones públicas, realizar pruebas, rastrear contactos, ofrecer una capacidad suficiente de cuidados intensivos y otros sistemas de contención de las enfermedades contagiosas. La existencia de roles mal definidos o superpuestos en varios niveles del gobierno, o entre los sectores público y privado, generaron más contratiempos. Y los retos, entre otros las dificultades para la distribución masiva de vacunas, las persistentes dudas sobre la vacunación y las dificultades de lidiar con nuevos brotes, siguen vigentes a pesar de que la pandemia ya va por su segundo año.

Corregir estas debilidades no será fácil. Los líderes gubernamentales siguen enfocados en capotear la crisis actual, pero hacer inversiones inteligentes ahora puede no solo mejorar la respuesta actual a la covid-19, sino reforzar los sistemas de salud pública para reducir las probabilidades de futuras pandemias. Las inversiones en salud pública y otros bienes públicos están sumamente subvaloradas; y las inversiones en medidas preventivas, cuyo éxito es invisible, incluso más subvaloradas. Por otra lado, muchas inversiones de este estilo tendrían que hacerse en países que no pueden costearlas.

No obstante, este es el momento de actuar. El mundo ha visto en repetidas ocasiones lo que el expresidente del Banco Mundial, Jim Kim, llamó ciclos de “pánico, negligencia, pánico, negligencia”, en los cuales, después de que se disipa el miedo causado por el brote de una enfermedad, la atención cambia de foco y dejamos que nuestros mecanismos vitales de lucha contra los brotes se atrofien1. El Panel Independiente de Preparación y Respuesta a la Pandemia publicó sus hallazgos en mayo de 2021 y en ellos describió la pandemia causada por la covid-19 como el “momento Chernóbil” del siglo veintiuno, y dejó claro que si no se hace una inversión ahora mismo, “vamos a condenar al mundo a catástrofes sucesivas”2.

Mientras algunos consideran la crisis causada por la covid-19 como un evento de los que ocurren cada 100 años, podríamos empezar a ver la pandemia actual como un simulacro de una pandemia que tal vez llegue pronto y tenga consecuencias aun más serias. Imaginemos, por ejemplo, una enfermedad que se transmita tan fácilmente como la covid-19, pero que mate al 25 por ciento de los infectados y afecte desproporcionadamente a los niños.

Desde la perspectiva económica, los argumentos a favor de reforzar las capacidades globales, nacionales y locales de respuesta a una pandemia son muy convincentes. La disrupción económica causada por la pandemia de la covid-19 podría costar más de 16 billones de dólares3; lo que representa varias veces el costo proyectado de prevenir pandemias futuras. Hemos estimado que gastar entre 85.000 y 130.000 millones de dólares aproximadamente, a lo largo de los próximos dos años, y entre 20.000 y 50.000 millones de dólares aproximadamente, cada año después de eso, puede reducir sustancialmente la probabilidad de pandemias futuras (Gráfico 1). Esto equivale a un promedio anual de alrededor de 5 dólares por persona para toda la población mundial. Aproximadamente 27 por ciento de este gasto debe tener lugar en los niveles globales y regionales, y alrededor del 73 por ciento al nivel de los países (8 por ciento en países de ingreso alto y 65 por ciento en países de ingreso medio y bajo).

Estas son estimaciones aproximadas, con amplios márgenes de error. Incluyen refuerzos específicos destinados al manejo de pandemias, pero no la agenda completa de refuerzo al sistema de salud. Las estimaciones de costos van a seguir evolucionando a medida que surja nueva información. Esperamos que el mensaje general esté claro: van a seguir apareciendo enfermedades contagiosas y diseñar un programa sólido de creación de capacidad puede preparar al mundo para responder mejor de lo que lo hemos hecho hasta ahora con la pandemia de la covid-19.

5 dólares anuales por persona podrían reducir sustancialmente la probabilidad de futuras pandemias.

En este artículo, describimos y estimamos el costo de cinco áreas que podría cubrir un programa de ese estilo: crear sistemas de respuesta “siempre activos”, reforzar los mecanismos de detección de enfermedades infecciosas, integrar los esfuerzos para prevenir brotes, desarrollar sistemas de salud que puedan manejar olas repentinas, a la vez que mantienen la atención de servicios esenciales, y acelerar la I+D para diagnósticos, terapias y vacunas (Gráfico 2). Los detalles del análisis de la estimación de costos están disponibles para descarga en McKinsey.com.

Estimamos que estos cinco pilares de preparación se pueden lograr a un costo total de 357.000 millones de dólares a lo largo de 10 años (Gráfico 3).

Pasar de los sistemas de respuesta estilo “rompa el vidrio en caso de emergencia” a los sistemas “siempre activos”, y alianzas que pueden ampliarse rápidamente durante las pandemias

Responder a brotes de enfermedades infecciosas involucra normas, procesos y estructuras distintas de las usadas cuando se brindan servicios normales de atención en salud. Es necesario simplificar el proceso de toma de decisiones; frente a la incertidumbre, los líderes deben tomar decisiones sin arrepentirse. Sin embargo, gran parte de nuestros sistemas actuales de manejo de pandemias solo se usan cuando estallan los brotes, en un modelo estilo “rompa el vidrio en caso de emergencia”. Es difícil activar de manera repentina esas capacidades de respuesta latentes y no es realista esperar que funcionen de inmediato.

Se puede diseñar un mejor sistema, si lo sustentamos en un principio de preparación activa y lo construimos a partir de mecanismos que se puedan usar y afinar constantemente, de modo que estén listos para entrar en acción cuando empiece un brote (Gráfico 4). Vemos varias maneras de establecer un mecanismo siempre activo de estas características. Una es usar los mismos mecanismos que se necesitan para atender brotes de contagio rápido (como el de la covid-19) en el tratamiento de brotes de contagio lento (como el del VIH y la tuberculosis) y patógenos resistentes a los antimicrobianos. Las investigaciones de caso y el rastreo de contactos son habilidades que conocen bien los especialistas que tratan el VIH y la tuberculosis. Pero pocas áreas han desplegado a sus expertos de manera efectiva en respuesta a la pandemia de la covid-19.

Tanto el sector público como el privado han tenido roles importantes en la respuesta a la crisis causada por la covid-19, pero la colaboración no siempre ha sido tan fluida como podría haber sido, si hubiera habido canales de colaboración preestablecidos. Cabe anotar que ha habido excepciones notorias, entre otras, la colaboración para incrementar el acceso a ventiladores4.

El principio de preparación activa también puede llevar a los gobiernos a reforzar otros aspectos de la respuesta a las pandemias. Por ejemplo, el último año ha dejado al descubierto vacíos en la fabricación y las reservas de equipos de protección personal, la comunicación de información al público a través de sistemas de comunicación de riesgos y las capacidades de los diferentes stakeholders para mantener la salud transfronteriza en los distintos puntos de entrada. Definir con anticipación los roles de respuesta de los diferentes stakeholders a nivel global, nacional y local también es una parte importante de la preparación activa, dado que tener roles bien definidos puede prevenir demoras y confusión en el momento en que estalla un brote.

Por último, los gobiernos pueden mantener en la agenda pública la preparación para los brotes. Islandia es un ejemplo de cómo hacer esto efectivamente. Desde el 2004, el país ha estado probando y revisando sus planes para responder a pandemias globales. Las autoridades islandesas también incentivan al público a tomar parte en la preparación para enfrentar desastres naturales. Los esfuerzos del gobierno para aumentar la conciencia del público ante la amenaza que representa una enfermedad infecciosa, y para involucrar al público en las medidas de respuesta necesarias, ayudaron al éxito de los sistemas de respuesta temprana y siempre activos del país durante la pandemia causada por la covid-19.

Para crear sistemas siempre activos alrededor del mundo, habría que hacer una inversión inicial de dos años de 15.000 a 25.000 millones de dólares, e inversiones anuales subsiguientes de 3.000 a 6.000 millones de dólares (para una inversión total de 10 años de 45.000 a 70.000 millones de dólares), que debería destinarse a las siguientes áreas:

  • Apoyar la capacidad de respuesta inmunológica con centros de operaciones de emergencia (EOC, por sus siglas en inglés) que funcionen durante todo tipo de crisis grandes.
  • Mantener reservas robustas de suministros médicos y mecanismos de cadena de suministro de emergencia a los niveles subnacional, nacional y regional (dependiendo del marco).
  • Llevar a cabo frecuentes simulaciones de brotes y otras actividades de preparación intersectoriales.
  • Reforzar las comunicaciones y el envío de mensajes a través de sistemas establecidos de comunicación del riesgo, la comunicación y coordinación interna y con los aliados, la comunicación pública y el compromiso con las comunidades afectadas, la escucha activa y el manejo de rumores.
  • Garantizar la salud fronteriza nacional mediante el establecimiento de capacidades de rutina y respuestas efectivas de salud pública en los puntos de entrada.

Pasar de la vigilancia desigual de enfermedades a mecanismos globales, nacionales y locales reforzados para detectar enfermedades infecciosas

El análisis retrospectivo muestra que el SARS-CoV-2 ya estaba circulando en varios países antes de que fuera reconocido por primera vez. Las fallas para detectar la enfermedad implicaron que, antes de que los países empezaran a responder, ya había cadenas de transmisión firmemente establecidas. Esta clase de problemas ocurren, en parte, porque la vigilancia de enfermedades se basa en prácticas anticuadas: cuando los trabajadores de la salud de primera línea observan patrones inusuales de síntomas, los reportan a través de canales analógicos. La mayoría de los países están lejos de darse cuenta del potencial que ofrecen la integración de datos y el análisis avanzado para complementar la vigilancia tradicional basada en eventos a la hora de identificar los riesgos de enfermedades infecciosas, de forma que las autoridades puedan iniciar esfuerzos para detener las cadenas de transmisión individuales. En muchos lugares del mundo, la fragmentación de los datos ha dificultado los esfuerzos de respuesta a la pandemia causada por la covid-19 (Gráfico 5). El último año también ha resaltado el rol tan definitivo que puede tener la secuenciación genómica en el manejo de los brotes.

Detener las cadenas individuales de transmisión requiere capacidades fuertes de detección y respuesta a nivel nacional y local. Es importante que esas capacidades estén presentes en todas partes del mundo, en particular en zonas en las que hay interacciones frecuentes entre los humanos y distintas formas de vida silvestre, que hacen que los eventos zoonóticos (transmisión de patógenos de animales a personas) sean más probables. Muchos países en desarrollo van a necesitar financiación y apoyo externos para desarrollar sus sistemas de vigilancia de enfermedades. Los países donantes pueden ver las inversiones en esos sistemas como inversiones en su propia seguridad.

Tras reconocer que la amenaza de enfermedades infecciosas de un país es una amenaza para todas las naciones —una lección reforzada por los brotes de SARS en Toronto, de colera en Haití, de MERS en Corea del Sur y de zika a lo largo de América— generaciones anteriores crearon el Reglamento Sanitario Internacional (IHR, por sus siglas en inglés) para promover la cooperación y la coordinación en respuesta a los brotes. No obstante, el cumplimiento del IHR ha tenido fallas porque los países pueden ser reacios a sufrir las consecuencias económicas que conlleva el hecho de admitir la presencia de un brote importante. Uno de los factores de la lenta respuesta inicial al brote de ébola en África Occidental fue, por ejemplo, la debilidad de los esfuerzos de cooperación. A medida que la crisis causada por la covid-19 continúa, los líderes están encontrando razones para renovar su compromiso con los mecanismos de coordinación de respuesta a brotes globales y regionales; por ejemplo, a través de la propuesta del nuevo tratado internacional de pandemias, actualmente en redacción5.

Una agenda de estas características puede llenar los vacíos en la vigilancia de base de la población representativa; reforzar la vigilancia de enfermedades de declaración obligatoria, de laboratorio y de patógenos; y mejorar la integración y el uso de los datos. Un programa de inversión de entre 25.000 y 40.000 millones de dólares por los primeros dos años, y entre 6.000 y 10.000 millones de dólares anuales después de eso (para una inversión total de diez años de 75.000 a 115.000 millones de dólares) podría costear lo siguiente:

  • Llenar los vacíos en la vigilancia de base a través de, por ejemplo, sistemas de registro civil y estadísticas vitales, sistemas de registro de muestras y vigilancia de mortalidad.
  • Desarrollar y mantener una capacidad de investigación de brotes que sea de alta calidad y flexible en todas las geografías: la mayoría de los países tienen algún tipo de programa de capacitación en epidemiología de campo, pero muchos están desfinanciados y no les ofrecen a sus graduados un camino profesional claro. Es probable que reforzar estos programas sea una de las inversiones más efectivas que puede hacer un país para desarrollar sus capacidades de investigación de brotes.
  • Aumentar el uso de la vigilancia de enfermedades de declaración obligatoria, tales como el marco de Vigilancia y Respuesta Integrada a las Enfermedades (IDSR, por sus siglas en inglés) de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos.
  • Desarrollar una vigilancia de patógenos fuerte, incluyendo el uso de secuenciación genómica.
  • Apoyar la vigilancia serológica y el monitoreo de efectividad de vacunas.
  • Reforzar la integración de datos y el análisis, mediante entidades como los Institutos Nacionales de Salud Pública de Estados Unidos.

Pasar de esperar los brotes a una agenda integrada de prevención de epidemias

Si bien es verdad que no podemos prevenir todas las epidemias, sí es cierto que podemos usar todas las herramientas en nuestro arsenal para prevenir las que podamos. Sobresalen cuatro enfoques para lograr esto: reducir el riesgo de eventos zoonóticos descubriendo amenazas virales desconocidas, reducir el riesgo de eventos zoonóticos limitando las interacciones entre los humanos y la vida silvestre, limitar la resistencia a los antimicrobianos (AMR, por sus siglas en inglés) y administrar vacunas de manera más extensa (Gráfico 6).

Los eventos zoonóticos, en los cuales las enfermedades infecciosas dan el salto de los animales a los humanos, desencadenaron algunas de las epidemias recientes más peligrosas, entre otras, la de la covid-19, el ébola, el MERS y el SARS. Las zoonosis no se pueden eliminar, pero sí es posible reducir su ocurrencia. En áreas con alta biodiversidad y lugares en que los humanos están en permanente contacto con la vida silvestre se presenta el mayor riesgo de eventos zoonóticos y, por lo tanto, la investigación en esos lugares requiere especial atención e inversión. Otro de los orígenes es la degradación de los ecosistemas, que hace que los eventos zoonóticos sean más probables al incrementar las interacciones entre los humanos y la fauna silvestre. Los científicos estiman que una porción importante de los brotes de enfermedades zoonóticas se puede vincular a los cambios en la agricultura, el uso de la tierra y la caza de animales silvestres, que hemos visto durante los últimos ochenta años. Los contactos entre los humanos y la fauna silvestre se pueden reducir por medio de incentivos económicos, cambios legales y educación pública, lo que también ayudaría a proteger las áreas de bosque y de vida silvestre, reduciendo, a su vez, la probabilidad de zoonosis. Un mapeo más extenso de los virus que existen en las poblaciones animales también ayudaría a aprender más sobre las amenazas que enfrentamos.

Limitar la resistencia a los antimicrobianos —la evolución de los patógenos para ser menos suceptibles a los agentes antimicrobianos— es otra manera importante de prevenir epidemias. La resistencia a los antimicrobianos constituye por sí sola una crisis de salud pública y hay que abordarla de manera efectiva. También es un acelerador potencial de brotes futuros: a medida que los patógenos se vuelven resistentes, las enfermedades que son actualmente controlables pueden extenderse de manera más amplia. Por fortuna, para lidiar con la AMR se requieren muchas de las mismas herramientas y técnicas que se usan en la respuesta a los brotes graves, incluyendo la vigilancia, la investigación de casos, compartir información y los protocolos especiales para los escenarios de salud. Por lo tanto, los esfuerzos por mejorar el manejo de la AMR no solo refuerzan las capacidades de respuesta a los brotes sino que también ayudan a prevenirlos desde el comienzo.

Por último, el esfuerzo sin precedentes en I+D que se hizo para desarrollar una vacuna contra la covid-19 sirve como recordatorio de que no estamos aprovechando todos los beneficios de las vacunas que ya existen. Por ejemplo, los recientes brotes de sarampión muestran que los lugares que tienen bajas tasas de vacunación son más susceptibles a las enfermedades que pueden prevenir las vacunas. Lograr el cubrimiento pleno, a nivel mundial, de todas las vacunas de que disponemos podría salvar millones de vidas en las próximas décadas. Después de la pandemia actual, será especialmente importante darles un buen empujón a los esfuerzos de inmunización, con campañas para que se vacunen todos los niños que se saltaron alguna vacuna.

Los enfoques descritos aquí representan pasos importantes hacia la prevención de los brotes. Calculamos que limitar la exposición de los humanos a la fauna silvestre, mapear de manera más completa el viroma global, reducir la difusión del ARM y cerrar la brecha global en inmunización costaría aproximadamente entre 14.000 y 21.000 millones durante dos años, y luego entre 7.000 y 11.000 millones anuales (para una inversión total de diez años de 70.000 a 105.000 millones de dólares).

Pasar de luchar para aumentar de un día para otro la capacidad de la atención en salud a sistemas que puedan expandirse en cualquier momento, mientras mantienen los servicios esenciales

El crecimiento exponencial de los casos durante algunas de las fases de la pandemia causada por la covid-19 ha obligado a los gobiernos de algunos países a redirigir rápidamente gran parte de su capacidad de atención en salud al tratamiento de los pacientes de la covid-19. Los desafíos que se están viendo actualmente en India y otros lugares destacan la necesidad de garantizar que los sistemas de atención en salud estén preparados para reaccionar ante los aumentos en la demanda (Gráfico 7). Algunos vacíos, como la necesidad de reconvertir espacios ad hoc para atender a los pacientes con enfermedades muy contagiosas, han sido frecuentes en muchos países. Otros, como la falta de concentradores de oxígeno, han sido especialmente agudos en países de ingresos bajos y medianos bajos.

Para prepararse, los sistemas de salud pueden establecer planes en los que se detalle cómo se puede reorientar la capacidad para el manejo de pandemias y cómo se puede agregar rápidamente capacidad adicional (por ejemplo, convirtiendo instalaciones no médicas en instalaciones temporales para atención en salud y estableciendo hospitales de campaña). Algunos lugares utilizaron los planes existentes de este tipo para responder a la pandemia de la covid-19; otros crearon planes de emergencia durante el brote. Pero se puede hacer mucho más para codificar y mejorar esos planes. Aunque la atención universal en salud es una meta importante a largo plazo, consideramos solamente los costos del fortalecimiento del sistema de salud que son más relevantes para la preparación ante el evento de una pandemia. Herramientas como el sistema de monitoreo SARA (Service Availability and Readiness Assessment) y las evaluaciones externas conjuntas (JEE) pueden ayudar a evaluar la preparación general del sistema e identificar las necesidades más prioritarias para estar preparados para la pandemia.

Los planes de aumento de la capacidad para la pandemia deben tener en cuenta la necesidad de mantener los servicios esenciales de atención en salud (Gráfico 8). Se está volviendo cada vez más claro que los impactos secundarios de la pandemia causada por la covid-19 sobre la salud de la población tienen una magnitud similar a los que se pueden atribuir directamente a la enfermedad. Esto se debe a la escasez de recursos de atención de urgencia para otras afecciones, a las demoras en la evaluación y el mantenimiento de la salud, y al aumento de la carga sobre la salud mental6.

Ciertas inversiones pueden ayudar a los sistemas de atención en salud a prepararse para manejar aumentos inesperados, mientras siguen prestando los servicios esenciales y de rutina. Un desembolso inicial de 24.000 a 38.000 millones de dólares por tres años, y un gasto anual de 2.000 a 4.000 millones de ahí en adelante (hasta completar una inversión total de 45.000 a 65.000 millones de dólares en diez años) podría costear las siguientes medidas:

  • Realizar evaluaciones relevantes (como SARA y JEE) para destacar las brechas y abordar los desafíos identificados en el escalamiento de la capacidad de atención en salud.
  • Fortalecer los sistemas de salud de forma enfocada para prepararse para futuras pandemias: aunque crear sistemas de salud resilientes en todo el mundo es una agenda de muchas décadas, cerrar las brechas más grandes en la capacidad de atención ofrece un beneficio inmenso (el costo total de crear sistemas de salud de calidad y resilientes será mucho más alto que el costo de cerrar las brechas en capacidad y va mucho más allá del enfoque presentado en este artículo).

Pasar de una subinversión en I+D para nuevas enfermedades infecciosas a un renacimiento

En los últimos cien años, los humanos han hecho más por superar la amenaza planteada por las enfermedades infecciosas que lo realizado durante los 10.000 años anteriores. La amplia disponibilidad de los antibióticos nos permite manejar la mayoría de las infecciones bacterianas. El HIV sigue siendo una enfermedad grave, pero por lo general ya no pone en riesgo la vida de quienes tienen acceso a la terapia antirretroviral, gracias a las innovaciones de los últimos 35 años. Por otro lado, la última década ha sido testigo de notorios progresos en la capacidad de curar la hepatitis C.

No obstante, todavía quedan vacíos importantes. Los líderes de la salud pública han llamado frecuentemente la atención hacia la amenaza que representan las enfermedades infecciosas que siguen apareciendo. Aun antes del estallido de la covid-19, se entendía bien la amenaza que representaba una pandemia causada por patógenos conocidos, tales como la influenza, y por un “patógeno X” desconocido7. El ritmo de innovación en los antibióticos no le está siguiendo el paso a los aumentos en la resistencia a los antimicrobianos. Las estructuras regulatorias y de incentivos actuales fallan a la hora de recompensar las innovaciones que pueden ayudar a contrarrestar las nuevas enfermedades infecciosas o las bacterias resistentes. Es difícil para las compañías proyectar los retornos económicos que producirían intervenciones contra enfermedades que surgen de manera esporádica y que tal vez logren controlarse antes de que se terminen las pruebas clínicas (como sucedió durante el brote de ébola en África Occidental). Esto es especialmente cierto en el caso de intervenciones relacionadas con enfermedades que afectan principalmente a las poblaciones de los países de bajos ingresos.

Los esfuerzos en I+D que se hicieron en respuesta a la pandemia causada por la covid-19 no tienen precedente alguno. Se superaron todos los récords en desarrollo de vacunas, tanto en términos del tiempo de comercialización como en términos del número de candidatos que avanzaron en un corto periodo de tiempo. Se elevó la barra para el desarrollo de vacunas durante una crisis: la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI, por sus siglas en inglés) ha sugerido que, para una pandemia futura, es posible desarrollar una vacuna en un plazo de cien días8. Por otro lado, los límites de lo que se puede lograr mediante el reposicionamiento de medicamentos ha quedado claro. Nadie espera que regresemos al modelo de I+D de la prepandemia, pero será importante garantizar que las lecciones en desarrollo de productos de la pandemia sean plenamente asimiladas.

Si aprovechamos el empuje que se dio en la I+D relacionada con la covid-19, hay potencial para impulsar un renacimiento de la I+D sobre enfermedades infecciosas (Gráfico 9). Este renacimiento puede enfocarse en varias de las necesidades que ha dejado al descubierto la respuesta a la pandemia de la covid-19. Una necesidad es cerrar los vacíos en las herramientas de respuesta a las amenazas conocidas, tales como la influenza. Una segunda necesidad es mantener plataformas que nos permitan responder rápidamente a enfermedades recién descubiertas (como ha hecho, por ejemplo, la vacuna ARNm con el SARS-CoV-2). Una tercera necesidad es sostener la capacidad de fabricar miles de millones de dosis de vacunas rápidamente, para garantizar un acceso justo a los frutos de la innovación.

Atender esas necesidades va a requerir apoyarse en el éxito temprano de iniciativas como CEPI, para reimaginar las vías de desarrollo de productos, desde los modelos de financiación y las plataformas de colaboración, hasta la revisión regulatoria y los acuerdos de acceso. Gastar 16.000 a 24.000 millones de dólares durante los primeros dos años, y 4.000 a 6.000 millones por año a partir de ahí (para una inversión total de diez años de entre 50.000 a 75.000 millones de dólares) financiaría estas actividades:

  • Cerrar las brechas en los arsenales terapéuticos y de vacunas contra las amenazas conocidas, entre otras, la influenza, para la cual una I+D efectiva podría arrojar avances significativos.
  • Escalar las capacidades de fabricación de vacunas para producir 15.000 millones de dosis en un periodo de seis meses, con el fin de ofrecer suficiente cubrimiento para inmunizar a la población mundial.
  • Invertir en el desarrollo de nuevas vacunas, anticuerpos, antivirales y plataformas terapéuticas contra las nuevas enfermedades infecciosas.

Cómo unir todo esto

Mientras seguimos respondiendo a la pandemia causada por la covid-19, los países necesitan hacer inversiones deliberadas para reducir la posibilidad de que vuelva a presentarse una crisis como esta. Calculamos que una inversión global inicial de 85.000 a 130.000 millones de dólares, a lo largo de los próximos dos años (40.000 a 65.000 millones por año), seguida de una inversión de 20.000 a 50.000 millones por año para mantener sistemas “siempre activos”, reduciría significativamente la posibilidad de un pandemia en el futuro. Esas cifras, que suman un total de 285.000 a 430.000 millones de dólares a lo largo de la próxima década, incluyen el gasto a nivel global, nacional y regional (Gráfico 10).

Llevamos demasiado tiempo portándonos como si no fuera a aparecer otro patógeno mortal.


El dramaturgo Edward Albee dijo una vez: “Me parece que la mayoría de la gente pasa demasiado tiempo viviendo como si nunca se fueran a morir”9. Lo mismo sucede con la respuesta global a las enfermedades infecciosas: llevamos demasiado tiempo portándonos como si no fuera a aparecer otro patógeno mortal. Los brotes de SARS, MERS, ébola y zika produjeron algunas inversiones en la preparación para una pandemia en los últimos veinte años, pero pocas de estas arrojaron los cambios duraderos y sistemáticos que se necesitan para detectar, prevenir y tratar las nuevas enfermedades infecciosas. Y ahora, aun con todo el conocimiento y los recursos de la humanidad, millones de personas han muerto a causa de una enfermedad que descubrimos hace menos de dieciocho meses. La pandemia de la covid-19 no será la última epidemia que va a amenazar al mundo. Al tomar medidas y financiar los cambios ahora, podremos soportar mejor la próxima pandemia.

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