La transición energética: Una agenda región por región para la acción a corto plazo

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A medida que 2022 llega a su fin, la transición energética parece más desordenada que nunca. Una economía mundial sacudida por una pandemia mundial y por la creciente inflación que ha acompañado a la recuperación posterior ha tenido que lidiar con un trágico conflicto en Ucrania y sus secuelas de sufrimiento humano, el aumento de los costos de la energía y el declive de la seguridad energética. La respuesta inmediata ha significado una mayor dependencia a corto plazo de los combustibles fósiles y menos recursos disponibles para la transición, sin mencionar los desafíos adicionales para la coordinación regional y global.

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De cara a 2023 y a la COP28, el doble imperativo de garantizar la resiliencia energética y la asequibilidad, y de reducir las emisiones parece ineludible. En lugar de retrasar la acción, creemos que estos imperativos enfatizan la importancia de acelerar la acción coordinada a largo plazo, al mismo tiempo que se toman medidas a corto plazo.

Este artículo, un resumen de nuestro informe completo (que se puede descargar en inglés como PDF aquí) destaca una serie de acciones a corto plazo que los países y las regiones de todo el mundo podrían adoptar para garantizar la transición de su sistema energético sin dejar de enfocarse en las necesidades inmediatas de dependencia energética y asequibilidad y, por lo tanto, lograr una transición menos desordenada o “más ordenada”.

El informe analiza estas acciones desde tres puntos de vista diferentes: acciones que se aplican a escala global; acciones que se aplican más específicamente a las regiones y que tienen en cuenta sus necesidades y matices locales; y, por último, acciones que varias partes interesadas, incluidos los gobiernos, las instituciones financieras, las empresas y los particulares, podrían tomar para encontrar el camino hacia una transición más ordenada.

Nos enfocamos en la acción crítica a corto plazo y usamos 2030 como horizonte temporal. No pretendemos describir lo que implica una trayectoria a más largo plazo ni las implicaciones del impulso actual. Tres factores motivan esta elección: la necesidad de pasar de los compromisos a planes y acciones claros; el reconocimiento de que la transición de nuestro sistema energético es un proceso lento y que las acciones que se tomen ahora podrían tardar años en tener las consecuencias deseadas; y la sensación de que el tiempo se acaba.

El impulso hacia las energías renovables está creciendo, pero sin la correspondiente disminución de las emisiones globales

El progreso del mundo hacia una energía más limpia se ha acelerado. Durante la última década, la producción de energías renovables se ha más que duplicado a nivel mundial, y su cuota en el consumo total de energía primaria ha aumentado del 9 por ciento en 2011 al 13 por ciento en 2021. Si bien las energías renovables en sentido amplio abarcan una variedad de energías, incluidas la hidroeléctrica y la geotérmica, aquí nos centramos principalmente en la solar y eólica.

A pesar del crecimiento de las energías renovables, el uso de combustibles fósiles también se está expandiendo para satisfacer la creciente demanda de energía. La demanda mundial de energía creció un 14 por ciento entre 2011 y 2021, impulsada principalmente por fuentes intensivas en emisiones. Como resultado, las emisiones globales relacionadas con la energía han aumentado en la última década en aproximadamente un 5 por ciento, o 1.7 gigatoneladas (Gt) de CO2, y la proporción de energía primaria procedente de combustibles fósiles se ha mantenido prácticamente sin cambios, en un 82 por ciento (Gráfica 1).

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Las recetas para el papel de los combustibles fósiles no pueden ser simplistas, dada esta continua dependencia. La transición hacia el cero neto exige descensos pronunciados y decisivos del consumo de combustibles fósiles. Al mismo tiempo, en un escenario de nuestro análisis (el escenario de “compromisos alcanzados”, que implica un aumento de 1.7 °C en las temperaturas globales para 2100), la demanda mundial de gas natural podría ser mayor en 2030 que en 2021, mientras que el consumo de petróleo disminuiría en menos de un 5 por ciento en el mismo plazo. Asegurar este suministro requeriría invertir en combustibles fósiles para garantizar la resiliencia energética y la asequibilidad. Lograr una transición más ordenada implica equilibrar el desmantelamiento acelerado de activos ineficientes y altamente contaminantes, como las instalaciones de generación de energía a partir de carbón o petróleo, con inversiones incrementales en la producción de combustibles de bajas emisiones. En la medida en que se realicen inversiones en combustibles fósiles, éstas deberían orientarse hacia opciones de menores emisiones y activos flexibles que puedan ajustar rápidamente su producción a medida que disminuya la demanda para cumplir con los objetivos de cero emisiones netas. También serán necesarias inversiones y acciones para reducir la intensidad de carbono de los combustibles fósiles, como abordar las emisiones de metano y electrificar las operaciones de petróleo y gas.

El contexto socioeconómico se ha vuelto a la vez más precario y más receptivo a la transición energética. La guerra en Ucrania, más allá de su incalculable costo humano, aumentó significativamente los costos de la energía y los alimentos, y exacerbó las tendencias inflacionarias que ya se manifestaban en la recuperación de la pandemia de la COVID-19. También ha aumentado la urgencia de la resiliencia energética y la asequibilidad. Además, la pandemia perturbó las cadenas de suministro globales e infló, entre otros, los costos de construcción de los proyectos energéticos. Estos desafíos han aumentado la concienciación y han impulsado nuevas acciones hacia una transición energética, particularmente en Europa.

La conclusión de la COP27 el mes pasado ha renovado la incertidumbre sobre el camino hacia la transición energética. Si bien se avanzó en la búsqueda de la cooperación global a través del establecimiento de acuerdos de financiamiento por Pérdidas y Daños para los países especialmente vulnerables, el progreso en la mitigación de las emisiones siguió siendo en gran medida esquivo.1 Según nuestro análisis, el cumplimiento de los compromisos nacionales podría conducir a avances significativos hacia una vía de 1.5°. Sin embargo, después de la COP27, es menos evidente si se cumplirán o no estos objetivos críticos.

El riesgo climático físico y sus manifestaciones visibles también continúan creciendo. Específicamente, según el sexto informe de evaluación del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (Intergovernmental Panel on Climate Change, o IPCC) de las Naciones Unidas, la extrapolación de las políticas actuales conduciría a un calentamiento global medio de 2.4 °C a 3.5 °C para 2100 y pondría fuera de nuestro alcance limitar el calentamiento global a 1.5 °C. El análisis de McKinsey indica que podría haber una brecha anual de 2.4 Gt de dióxido de carbono equivalente (CO2e) (7 por ciento de las emisiones relacionadas con la energía en 2021) entre la “trayectoria actual” y la trayectoria de un escenario de “compromisos alcanzados”.2 Para cerrar esta brecha, la capacidad instalada anual solar y eólica tendría que casi triplicarse, de aproximadamente 180 gigavatios (GW) de capacidad instalada anual media en 2016–21 a más de 520 GW durante la próxima década, con diferentes aceleraciones necesarias en las distintas regiones del mundo (Gráfica 2).

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Los países se clasifican en cinco arquetipos principales en función de sus oportunidades y prioridades para una transición energética más ordenada

Las oportunidades, los desafíos y los riesgos asociados a una transición energética más ordenada no se distribuyen de manera uniforme en todo el mundo. Algunos países pueden contar con mayores recursos financieros o naturales, y no todas las economías están igualmente equipadas para enfrentar el reto de transformar su matriz energética. Por lo tanto, es útil identificar los principales arquetipos, o agrupaciones, en los que se ubicarían los países en el contexto de la transición energética y las correspondientes oportunidades y desafíos.

Las consideraciones de asequibilidad y resiliencia determinarán la capacidad de cada país para lograr una transición más ordenada. Los siguientes tres factores son fundamentales para comprender la capacidad de cada país para hacer la transición. Los dos primeros se relacionan con la resiliencia energética, mientras que el tercero se relaciona con la asequibilidad de la energía.

La dependencia económica a corto plazo del país de las importaciones de energía y de las industrias intensivas en emisiones. Algunos países dependen de la energía importada, con frecuencia combustibles fósiles, para su seguridad energética. Entre ellos se encuentran varios países europeos, como Alemania, que están expuestos debido a su alto nivel de dependencia de los combustibles importados, e India y China, que representan los mayores centros de población del mundo y tienen altas necesidades energéticas y perfiles de consumo de energía muy contaminantes.

El acceso del país a recursos naturales favorables. Algunos países tienen un potencial natural doméstico limitado para el desarrollo de energías limpias, como los niveles requeridos de sol o viento, terrenos adecuados para nuevos proyectos o abundantes reservas de minerales como el cobre y el níquel, que son críticos para la transición energética.

Los recursos financieros disponibles del país y su capacidad de apalancar capital para apoyar la transición energética. La transición a cero neto requeriría entre $1 billón y $3.5 billones de dólares más de inversión media anual de capital en todo el mundo hasta 2050, según las estimaciones de nuestro informe de enero de 2022 sobre este tema. Las energías renovables y las mejoras de la red requieren una inversión de capital inicial. Estas inversiones de capital se amortizan a lo largo de varios horizontes de tiempo en forma de gastos operativos reducidos y mejora de la resiliencia y el costo de la energía. La transición también requerirá inversiones para abordar los costos estancados en los activos de combustibles fósiles, realizar I+D a escala, volver a capacitar a la fuerza laboral, ofrecer redes de seguridad a los grupos vulnerables y financiar el despliegue de infraestructuras en la etapa inicial para iniciar los efectos de la "curva de aprendizaje". Tanto los países más ricos como los menos ricos se encuentran hoy en día con limitaciones presupuestarias, pero los primeros disponen de muchos más recursos y se enfrentan a menos disyuntivas que los segundos a la hora de realizar estas inversiones.

Los cinco arquetipos

Con base en el examen de estas tres dimensiones, hemos definido cinco arquetipos principales de países que enfrentan desafíos y oportunidades similares en la transición a cero emisiones netas (Gráficas 3 y 4). Si bien cada país es diferente, creemos que estos arquetipos se prestan a conjuntos similares de acciones y prioridades para una transición energética más ordenada. Esta categorización de países revela que las cargas de la transición energética, y la capacidad de cada región para afrontar los retos de adaptación y mitigación, no se distribuirán de manera uniforme. Además, se necesitará una cooperación global y una acción colectiva coordinada más allá de los niveles actuales: por ejemplo, aunque se ha logrado un progreso significativo en la movilización de financiamiento público y privado para los países en desarrollo, un análisis de la OCDE indica que el objetivo de $100 mil millones de dólares para 2020, establecido en la COP15 de Copenhague, probablemente no se cumplió.3 Aún se desconoce la vía para movilizar los flujos financieros mundiales desde los países más prósperos hacia los más expuestos, pero nuestro análisis indica que los países en desarrollo pueden beneficiarse de soluciones fácilmente disponibles, como reducir y prevenir la expansión del carbón o de las emisiones de metano, que los crecientes flujos de financiamiento pueden catalizar. Del mismo modo, los países prósperos se beneficiarían de una mayor disponibilidad de recursos naturales críticos procedentes de los países en desarrollo, lo que requeriría invertir en la extracción y el procesamiento sostenibles de estos recursos.

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1. Países prósperos con seguridad energética. Estos países, que incluyen a Australia, Arabia Saudita y Estados Unidos, representan en conjunto el 8 por ciento de la población mundial y el 22 por ciento de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI). Tienen una abundante producción doméstica de energía y un elevado PIB per cápita (como indicador de la cantidad de recursos financieros y de capital disponibles). Es probable que sigan siendo exportadores de energía a medida que se desarrolla la transición energética, pero podrían reconsiderar sus fuentes de energía para cumplir con los objetivos de emisiones.

2. Países prósperos y expuestos a la energía. Estos países, que incluyen a Alemania, Italia y Japón, representan el 7 por ciento de la población mundial y el 13 por ciento de las emisiones mundiales. Tienen un PIB per cápita relativamente alto, pero están expuestos a problemas de seguridad energética. La transición podría representar para ellos una oportunidad de pivotar hacia la producción doméstica de energías limpias; algunos de los países más intensivos en manufactura podrían incorporar prácticas de fabricación más ecológicas.

3. Economías grandes e intensivas en emisiones. China, India y Sudáfrica se encuentran entre los países de este arquetipo. Juntos, estos países albergan al 37 por ciento de la población mundial y generan el 40 por ciento de las emisiones globales. Para estas economías, una transición a cero neto se centraría naturalmente en encontrar un equilibrio entre satisfacer la creciente demanda de energía con recursos más limpios y abordar la dependencia del combustible más intensivo en emisiones, que históricamente ha sido el carbón de producción nacional de costo relativamente bajo.

4. Economías en desarrollo, naturalmente dotadas. Brasil, Indonesia y México se encuentran entre los países con economías en desarrollo dotadas de recursos naturales. Juntos, estos países representan el 9 por ciento de la población mundial y el 5 por ciento de las emisiones globales. Tienen un potencial significativo para obtener energía de fuentes solares o eólicas o recursos naturales críticos, como metales raros, para apoyar la transición energética. Una prioridad natural para estos países sería establecer un marco para desarrollar estos recursos y pasar a un modo de producción sostenible.

5. Economías en desarrollo y en riesgo. Estas regiones incluyen partes de África y el Sudeste Asiático, así como algunas naciones insulares. Juntos, albergan al 11 por ciento de la población mundial y generan el 5 por ciento de las emisiones globales. Se caracterizan en gran medida por sus economías agrícolas y una exposición desproporcionada al riesgo climático. Algunos tienen un potencial limitado para el desarrollo de energías renovables, ya sea por restricciones financieras o por sus dotaciones naturales limitadas. Su transición iría probablemente unida al establecimiento de servicios básicos de infraestructura y a la inversión en adaptación climática, y probablemente solo sería posible con apoyo extranjero.

A nivel mundial, se necesitan ocho conjuntos de acciones comunes para una transición más ordenada

Todos los países podrían tomar ocho conjuntos de acciones que son necesarias en el corto plazo para que la transición energética sea más ordenada. Por supuesto, el grado de pertinencia de estas acciones para un país determinado y los detalles de su implementación variarían. Si bien estas acciones abordan la totalidad del sistema energético mundial, la mayoría de ellas se centran en la producción de energía más que en el consumo. De hecho, aunque será importante promover la adopción de tecnología verde en el lado de la demanda, creemos que muchas de las acciones que se tomarán en el corto plazo interesarán al lado de la oferta, donde abordar la escalabilidad de los activos y la infraestructura y orientar la producción de energía hacia una menor huella de carbono probablemente serán prioridades clave.

Este análisis se basa en un artículo anterior que agrupa los requisitos para una transición más ordenada en tres categorías: bloques de construcción físicos; ajustes económicos y sociales; y gobernanza, instituciones y compromisos. Muchas de estas acciones son bien entendidas. Creemos que es posible y fundamental lograr un progreso significativo en todas estas acciones para finales de esta década.

Bloques de construcción físicos

1. Optimizar el acceso al suelo y simplificar los procesos de permisos para acelerar la implementación de energías renovables y tecnologías limpias. Agilizar el proceso de permisos y limitar el número de entidades necesarias para la aprobación de proyectos podría acelerar su ejecución. El acceso al suelo podría simplificarse mediante el avance de proyectos que beneficien a las comunidades locales y el desarrollo de soluciones eficientes en el uso de la tierra, como la energía eólica marina. El uso de tierras alternativas –por ejemplo, terrenos baldíos, que son degradados por actividades humanas, o terrenos agrovoltaicos, que se utilizan tanto para la agricultura como para la generación de energía solar fotovoltaica– y soluciones fuera de lo común, como la energía solar fotovoltaica flotante, podrían ayudar a ampliar la superficie apta para la instalación de energías renovables.

2. Modernizar y reutilizar la infraestructura heredada y crear nuevos activos para acelerar la integración de las energías renovables y las tecnologías limpias en el sistema energético. Invertir en el desarrollo y la modernización de la red eléctrica será crucial para garantizar que las áreas con alto potencial para la generación de energías renovables estén integradas y conectadas con los centros de demanda. También será importante el desarrollo de nuevas soluciones de flexibilidad, como las baterías y un mejor ajuste de la oferta y la demanda a través de programas de respuesta a la demanda; es decir, incentivos y soluciones tecnológicas para ajustar la demanda y la generación de energía distribuida cuando la red necesite apoyo. Los activos convencionales, como las plantas de gas o los gaseoductos, pueden seguir siendo importantes para garantizar un suministro adecuado, pero deberán ajustarse para reflejar una utilización cada vez menor o reorientarse para utilizar una mezcla de combustible más limpia, como el hidrógeno.

3. Fortalecer las cadenas de suministro globales para garantizar las materias primas críticas, los componentes y las competencias laborales. Los países tendrán que desarrollar estrategias de recursos para adaptar sus necesidades de componentes y materiales a la oferta disponible. Esto podría incluir la inversión en el rediseño de productos para promover la sustitución de materiales limitados o en riesgo. Promover el reciclaje y la reutilización podría ayudar a limitar la demanda de recursos críticos. La adopción selectiva de la relocalización (reshoring) podría promover el desarrollo de cadenas de suministro locales. Establecer acuerdos y asociaciones a largo plazo con los proveedores podría ser una protección contra las variaciones en el suministro crítico.

4. Descarbonizar los sectores de la industria y el transporte mediante la inversión en nuevas tecnologías, como soluciones de hidrógeno para la energía y la captura, utilización y almacenamiento de carbono (carbon capture, utilization, and storage, o CCUS), junto con la electrificación y la eficiencia energética. Brindar incentivos para las inversiones en soluciones de hidrógeno y CCUS podría ayudar a aumentar la demanda en sectores difíciles de eliminar (hard-to-abate sectors) y, a su vez, promover el crecimiento de una industria de productos ecológicos. Invertir en electrificación y eficiencia energética podría impulsar la descarbonización de la industria ligera. El sector del transporte podría abordar su huella de carbono a través de incentivos para la adopción del transporte ligero. La aceleración tecnológica podría reducir la diferencia de costos entre los vehículos eléctricos de pila de combustible y los vehículos convencionales con motor de combustión interna para el transporte pesado.

Ajustes económicos y sociales

5. Limitar y mitigar la generación intensiva en emisiones para reducir la huella de carbono de los combustibles fósiles y disminuir el riesgo de activos varados. Podrían introducirse medidas para limitar la adición de nuevos activos fósiles con el fin de evitar una mayor expansión de las centrales fósiles, en particular de activos altamente intensivos como el carbón. La generación a partir de combustibles fósiles se desplazaría progresivamente hacia el equilibrio de las energías renovables intermitentes mientras se amplían los sistemas de almacenamiento. Podrían introducirse mecanismos para valorar la flexibilidad y la capacidad de los activos de generación eléctrica "firmes" —es decir, las fuentes que proporcionan energía controlable y confiable—, incluso si las tasas de utilización de algunos de estos activos disminuyen. En la medida en que sea necesaria la extracción de combustibles fósiles, se podrían priorizar las cuencas con menor intensidad de carbono.

6. Gestionar las dislocaciones económicas para promover la asequibilidad de la energía y crear oportunidades justas para las comunidades afectadas y en riesgo. Es probable que se requieran mecanismos de compensación, como subvenciones, para garantizar la asequibilidad de la energía a los consumidores más vulnerables. Las regiones, especialmente las más dependientes de los combustibles fósiles, deberán acelerar la diversificación de su PIB y su huella industrial. Los trabajadores de las industrias en riesgo, como la minería fósil, necesitarán redes de seguridad. Podrían desarrollarse programas de capacitación para crear una nueva generación de competencias en respuesta a las necesidades de la transición energética.

Gobernanza, instituciones y compromisos

7. Desarrollar marcos de remuneración, diseños de mercado y estructuras de consumo estables y atractivos para fomentar las inversiones en energías renovables y tecnologías limpias. Los marcos de menor riesgo para la extracción, como los acuerdos de compra de energía virtual (que no implican la entrega física de energía), podrían aplicarse a escala global a las energías renovables y a un universo aún más amplio de tecnologías. Además, establecer y escalar los mercados de capacidad podría ser una forma de recompensar la flexibilidad y contribuir a atraer inversiones en soluciones de almacenamiento como las baterías y el hidrógeno.

8. Escalar los marcos y estándares para medir la intensidad de carbono de la energía y los productos finales, y desarrollar una nueva economía global de carbono. Desarrollar los estándares, incentivos y mercados de carbono adecuados será importante para acelerar la transición. Además, una correcta tarificación del carbono podría desempeñar un papel esencial para impulsar el cambio de la energía fósil a la energía verde, y promover la viabilidad de los casos empresariales de tecnologías con bajas emisiones de carbono. La transparencia del carbono podría conducir, en última instancia, a la fijación de precios de los contenidos de carbono y a la creación de primas verdes o bajas en carbono para el hidrógeno y otros combustibles y para materias primas como el acero y el cemento.

Estas acciones globales se desarrollarán de manera diferente entre las regiones y los países, y deberán combinarse con acciones específicas de cada región para permitir una transición más ordenada. En el informe completo, identificamos algunas de estas acciones regionales. Es importante reconocer que las cargas de la transición no se sentirían de manera uniforme. Los países en desarrollo enfrentan desafíos únicos relacionados con la transición de sus sistemas energéticos. Se destacan tres desafíos: la dificultad para acceder a los mercados de capital privado; las limitaciones del gasto público (sobre todo si disminuyen los ingresos fiscales del gobierno procedentes de las industrias intensivas en emisiones); y el impacto del aumento de los costos de la energía, dadas las redes de seguridad limitadas y el imperativo en estas regiones de expandir el acceso a la energía y permitir el desarrollo.

Por lo tanto, una transición más ordenada deberá ser una transición justa, que reconozca los retos específicos que experimentan los países en desarrollo y que responda con una acción colectiva, global y unificada. Esto podría adoptar varias formas, incluida la expansión de las transferencias financieras a los países más pobres, medidas para reducir el riesgo de los préstamos a los países en desarrollo (por ejemplo, a través de un papel más importante de los bancos multilaterales de desarrollo) y un acceso más amplio al mercado de capitales.

Las principales partes interesadas pueden acelerar la acción para promover una transición más ordenada para 2030

Lograr una transición energética global ordenada requerirá que todas las partes interesadas tomen medidas decisivas y coordinadas. También exigirá una coordinación global para garantizar una transición equitativa y asequible, sin comprometer la necesidad de seguridad energética. Las partes interesadas a nivel mundial deberán considerar varias prioridades clave:

Los gobiernos y las instituciones multilaterales tienen un papel central que desempeñar en la aplicación de políticas y medidas para fomentar las normas sobre emisiones de carbono y promover la inversión en energías renovables, con el objetivo de traducir los objetivos de cero emisiones netas en un plan energético integrado que combine las reducciones de emisiones, la resiliencia, la asequibilidad y la seguridad energética, y que mitigue los impactos desiguales en las comunidades en riesgo. Los gobiernos tendrán que colaborar con el sector privado para promover medidas que aceleren las tecnologías verdes y movilicen recursos clave, como la mano de obra nacional y la cadena de suministro.

Las instituciones financieras son fundamentales para replantear los horizontes de inversión y los perfiles de riesgo/rendimiento (por ejemplo, reduciendo el riesgo de los préstamos para impulsar la demanda de tecnologías cero neto), divulgar y medir la exposición de su cartera a corto plazo, y desplegar capital rápidamente hacia proyectos de energía limpia. Las instituciones financieras pueden contribuir “más allá del dinero”, brindando su experiencia y orientación para impulsar el éxito de las iniciativas ecológicas.

Las empresas saldrían ganando si se centraran en el desarrollo de estrategias y planes de acción de cero emisiones netas, priorizando la innovación en modelos de negocio y tecnologías verdes, y asegurando una cadena de suministro sostenible. Para los proveedores de energía, como las empresas de servicios públicos y de transmisión y distribución, las prioridades serán definir una estrategia para que los activos intensivos en carbono gestionen los riesgos de activos varados sin comprometer la seguridad energética; eliminar riesgos y asegurar la cadena de suministro de materias primas, mano de obra y componentes; priorizar la innovación en modelos de negocio y tecnologías; y desarrollar la huella de manufactura de tecnologías limpias. Las empresas de industrias que consumen mucha energía, como la minería, el cemento y la extracción de petróleo y gas, podrían considerar establecer objetivos de descarbonización energética, vinculados a iniciativas específicas y con plazos concretos, como acuerdos de compra de electricidad y programas de eficiencia energética, que también mejorarían su resiliencia a las fluctuaciones del mercado de materias primas; invertir en el suministro y desarrollo de energía, generalmente con socios; crear una estrategia de transición de activos para promover una transición de la cartera y las operaciones hacia un mundo cero neto; y desarrollar una estrategia de gestión de riesgos energéticos y de aprovisionamiento para mitigar los riesgos de volatilidad y seguridad energética.

Los individuos pueden hacer compensaciones y tomar decisiones informadas sobre los cambios de comportamiento que pueden ser necesarios. Estos podrían incluir decisiones de compra de productos ecológicos, un uso más eficiente de la energía y cambios en las prioridades económicas. Para gestionar una transición que combine la reducción de emisiones con la seguridad energética y la asequibilidad, los ciudadanos deberán exigir a sus líderes una mayor transparencia y responsabilidad.

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